Calle Mayor


Mi primera bici fue una Rabasa Derby azul con la que me hice dueña y señora de los horizontes infinitos de mi calle, por entonces sin asfaltar y rodeada de campos. Este dato (que mi calle estaba sin asfaltar y rodeada de campos) es importante porque precipitó la necesidad de quitarle a la bici los ruedines. La vida en el Salvaje Oeste y las bicis con ruedines no son compatibles.

Tan infinita o más que mis horizontes era la Calle Mayor, ésa sí, asfaltada. Larguísima, rectísima, asfaltadísima y solitaria. Muy solitaria. La pista perfecta para aprender a montar en bici. Mi papá sujetaba el sillín por detrás y yo pedaleaba, Calle Mayor arriba, Calle Mayor abajo. Recuerdo perfectamente la sensación: el sol, la velocidad, la voz de mi padre detrás «¡vamos, vamos, sigue, que ya vas sola!» y mi asombro, y mi satisfacción, y el sentimiento de triunfo y libertad.

Cuarenta años después, mi hijo pequeño acompaña a mi madre por la calle Mayor en su aprendizaje con su nuevo vehículo. Calle Mayor arriba, Calle Mayor abajo. ¡Vamos, vamos, sigue abuela, que ya vas sola!

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